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La Decisión de Josefina
Paso 2: Lee el siguiente cuento.
Mi nombre es Josefina. Acabo de cumplir once años. Vivo en el estado de Oaxaca en México y en los veranos, trabajo casi todos los días en la Ciudad de Oaxaca. Sin embargo, mi familia y yo no somos de la Ciudad de Oaxaca originalmente. Venimos de la zona Triqui en La Mixteca. Llevamos ocho años trabajando en la Ciudad de Oaxaca. Trabajo en un mercadito con otras familias Triquis. Mi abuelita y yo nos dedicamos a vender huipiles y otra ropa tradicional que mi abuelita y mi mamá hacen. Algún día, yo también voy a poder tejer los huipiles. Pero todavía estoy aprendiendo. Mi abuela es reconocida en nuestra comunidad por ser una tejedora muy talentosa. De hecho, creo que es la mejor tejedora de todo el mundo, aunque no se lo digo a nadie. Me encanta ver todos los huipiles que ella hace colgando en el mercado para que todos los vean. Ella usa muchísimos colores – rojo, morado, verde, amarillo – es increíble. Mi abuelita, y a veces mi mamá, tardan muchas horas haciendo ropa tradicional. Intento ser paciente, y observarlas fijamente, pero confieso que a veces me canso. Mi mamá me dice que debo de aprender a ser más paciente, pero aún me cuesta trabajo. En los veranos el mercado Triqui se llena de personas de todo el mundo. Algunos pasan por el mercado muy rápidamente, y otros parecen tardar horas y horas en estudiar toda la mercancía. ¡Es tan curioso escuchar sus idiomas, y ver la ropa que llevan! A veces, intento hablar con ellos en inglés, aunque nada más sé algunas palabras. “¿Cuanto costar esta camisa?” pregunta un extranjero a mi abuelita, un día en el mercado. El gringo habla chistoso, pero yo sé que mi abuelita está feliz porque está haciendo un esfuerzo al hablar español. Mi abuelita, aunque es un poquito viejita, muestra muchas ganas de enseñarle toda la ropa tradicional que estamos vendiendo. “Mire, güero,” le dice, “tenemos blusas para su mamá, pantalones para usted, camisetas para sus niñitos – qué va a llevar?” Me rio un poco porque mi abuelita es tan atrevida, pero ella me dice que así tienes que ser si quieres ser una buena vendedora. Veo que el extranjero está muy emocionado. Aunque su español no es muy bueno, él empieza a hacerle muchas preguntas a mi abuelita sobre la ropa. Como el español tampoco es el primer idioma de mi abuelita, ella agradece que él hable tan despacio. “¿Qué es la historia de esta blusa?” dice el gringo. “Yo querer estudiar cultura e historia de esta región. ¡Su ropa ser muy bonita, señora!” Mi abuelita y él siguen platicando sobre la ropa y la cultura Triqui. Estoy tan orgullosa de mi abuelita por ser tan amable y platicadora. Al final, el extranjero se lleva varios huipiles para su familia. Aunque mi abuelita le quiso bajar el precio final, él insiste en pagarle el precio original y un poco más. Creo que él entiende que las cosas son un poco difíciles para nosotros. Esa noche, después de un día largo de trabajo, platico con me abuelita y mi mamá sobre el extranjero amable que compró tantos huipiles. Mi parte favorita de todo el día es cuando platico con mi abuelita y mi mamá antes de dormir. Las dos siempre se ven algo cansadas en la noche, pero eso no les quita las ganas de platicar. Esta noche, presiento que mi abuelita está aún más cansada que de costumbre. --“¡Abuelita! ¡Cuéntale a mi mamá del extranjero chistoso que se llevó tanta ropa! ¿A que era muy amable y gracioso?” --“Sí mijitia, ese güero sí fue amable. Pero tienes que tener cuidado cuando platicas con desconocidos. No todos son tan amables como ese señor.” “No seas así abuelita! El quiso aprender muchas cosas de nuestra cultura, y tú fuiste tan buena para explicarle todo.” “Ay, mijita,” dice mi abuelita, meneando su cabeza. “No te emociones demasiado. Algunas personas sí se interesan en nuestra cultura y costumbres como ese güerito. Pero otros no. Muchas personas nada más quieren aprovecharse de nosotros para sacar algo de dinero. Para ellos, las artesanías que vendemos no representan ni historia ni cultura, sino moneditas para meter en su bolsillo. ¡Ten cuidado mijita, porque hay malos en este mundo!” Antes de dormir, intento seguir pensando en las palabras de mi abuelita, pero estoy tan cansada que me duermo luego luego. El día después soy despertada en la madrugada por el llanto de mi mamá. Salgo de la cama que suelo compartir con mi abuelita, dándome cuenta de que mi abuelita no está allí. Veo que ella está dormida en la sillita donde se suele sentar a comer. “Qué pasó mamá?” pregunto. Mi mamá se ve muy nerviosa y triste. “Ay, Josefina,” tu abuelita está muy enferma. Tiene mucha fiebre y estuvo despierta toda la noche con una extraña enfermedad del estómago. “Estoy bien mijita,” susurra mi abuelita, “nada más tengo que descansar unos minutos.” “No es cierto, mamá. No estás nada bien. Hoy te quedas en casa para que yo te cuide. Josefina, ¿crees que tú puedes ir sola al puesto a vender?” Jamás me habían pedido eso. El viaje del autobús dura casi dos horas enteras, y siempre voy durmiendo sobre el hombro de mi abuelita. Tengo miedo de ir sola, pero lo quiero hacer por mi mamá y mi abuelita. “Sí, mamá. Yo iré sola.” Me arreglo deprisa y salgo casi corriendo de la puerta. “Ve con cuidado, mijita!” escucho decir a mi abuelita, y la puerta se cierra detrás de mi. El mercado apenas se está abriendo cuando llego. Los gritos de los madrugadores de la ciudad, los movimientos de los carros, los chismes de los otros vendedores, y el olor al desayuno de los restaurantes cercanos son iguales a todos los otros días, pero como estoy sola, todo me parece más emocionante, intimidante y fresco. Empiezo a desempacar la ropa y arreglarla sobre la mesa de nuestro puesto. Intento seguir cuidadosamente los consejos de mi abuelita, y pongo los colores más vibrantes enfrente, a la vista. Estoy muy nerviosa, pero intento no mostrarlo. “¿Y tu abuelita, dónde está?” me pregunta Juana, la señora que vende en un puesto al lado nuestro. Creo que se ve un poco preocupada. “Hoy no se encuentra bien, así que vine sola, pero seguro que mañana estará mejor.” “Ojalá y sea verdad,” responde Juana. “Aquí estoy si necesitas algo mi niña.” Ella me da un trozo de pan de dulce con sabor al chocolate. La mañana pasa lentamente, y nadie viene a nuestro puesto. Está lloviendo, así que no hay tantos turistas en las calles; sin embargo, veo que los cafés y restaurantes están llenos de personas evitando la lluvia. “A veces es así, mijita,” es lo que mi abuelita me suele decir cuando no viene mucha gente al mercado. Pienso en mi abuelita y en mi mamá, y espero que las dos estén bien. No me gustó para nada la cara de preocupación que tenía mi mamá en la mañana. Después de dos horas de aburrimiento, por fin llega alguien a mi puesto. Es un señor alto y arreglado. Lleva un traje que me parece muy elegante, y su cabello negro está brillante. Huele a una loción muy fuerte. “Oye niña,” me dice. “No se encuentra por aquí tu mamá?” Aunque está hablando conmigo, no me ve directamente a los ojos. Hay algo en él que me intranquiliza, aunque no sé explicarlo bien. “No señor, mi abuela suela acompañarme, pero hoy no se encuentra bien. Y mi mamá trabaja fuera de la ciudad lavando ropa ajena.” “Qué pena,” dice el señor, sin ninguna emoción en su voz. “Bueno, ¿así que tú eres la encargada del puesto hoy?” “Sí, señor.” Intento responder con confianza, porque hoy sí soy la responsable. “Estupendo. Vengo aquí para ver si no podemos hacer negocios. Tengo una tienda en otra parte de la ciudad, en donde vendo cosas típicas de aquí a turistas. Me gustaría comprar todas las artesanías que tienes aquí en el puesto, pero a menos de la mitad de precio.” Me siento asombrada. ¿Toda la ropa del puesto? ¿Pero a menos de la mitad de precio? “Muchas gracias, señor. ¿Pero no sería posible pagar el precio que estamos pidiendo? Estas piezas requieren muchísimas horas de trabajo. Mi abuelita las hace, y es una tejedora muy talentosa y reconocida.” “Cómo te atreves a negociar conmigo,” responde el señor. “¡No me importa quién hizo esta ropa! La verdad es que no sé porque los turistas están tan locos por las artesanías. Los tiempos ya han cambiado – ya hay que vestirse en ropa moderna. Ustedes piensan que son tan especiales por sus tradiciones. Pero yo sé que lo único que importa en esta vida es el dinero. Así que tú decides si quieres venderme la ropa a menos de la mitad de precio, o si quieres perder esta gran oportunidad.” No sé cómo responder. Me siento enojada con ese señor, siento que él ha insultado mi abuelita y sus artesanías. Miro hacía arriba, a su cabello negro y brillante, para que él no observe el enojo en mis ojos. “Mira,” me dice, “estoy harto de estar parado en esta lluvia, así que voy a meterme en un restaurante a tomar un café. Cuando regrese, a ver si has tomado tú decisión.” No digo nada. Veo como el señor sale del mercadito, y desaparece de mi vista. Ojalá y estuviera mi abuelita para decirme qué hacer. Mi abuelita es una persona muy orgullosa, y no le hubiera gustado la actitud de ese señor. Ella es una tejedora muy reconocida, y aunque ese señor no lo quiera reconocer, todas las personas de este mercado lo saben. ¿Cómo se atreve el señor a decirme que lo único que importa en la vida es el dinero? ¿Cómo puede ignorar la importancia de nuestras artesanías y nuestra cultura? Si tiene una tienda, seguramente nos podría pagar el precio justo que pedimos por la ropa que vendemos. A la vez, pienso en como mi abuelita está enferma. No tenemos mucho dinero, y el dinero de ese señor nos podría ayudar a pagar por medicina para ella. Además, me hacen falta unos nuevos zapatos para la escuela, y mi mamá siempre se queja de que nunca podemos comprar toda la comida que queremos. Veo que en este momento, Juana tampoco está para aconsejarme. El mercado está lleno de actividad y ruido, pero me siento completamente sola. Veo, enfrente de mis ojos, los huipiles tan hermosos de me abuelita. Son de todos los colores del arcoíris. Es la misma ropa que llevaba nuestros antepasados de La Mixteca. Veo, en mi mente, las manos de mi mamá y mi abuelita, tejiendo cuidadosamente en el calor de la tarde. “Bueno. ¿Qué va a ser, niña?” El señor ha regresado. Suspiro y abro mi boca para responder. |